jueves, 21 de abril de 2011

Milenio


Nuestro presidente católico

Roberto Blancarte

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  • 2011-04-19•Acentos
Al presidente Calderón le salió lo Felipe de Jesús. En un comunicado escueto, tan vergonzante como equívoco y confuso, la Presidencia de la República informó que el Presidente realizará una visita de Estado a la República del Perú. Nada más que a partir del segundo párrafo del comunicado, en realidad lo que se informa es que "en respuesta a una invitación diplomática, el jefe del Ejecutivo mexicano realizará una visita oficial a la santa sede para asistir el 1 de mayo próximo a la ceremonia de beatificación del papa Juan Pablo II, a efectuarse en la plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano". Luego, como para curarse en salud, o si se quiere siguiendo el dicho de "explicación no pedida, acusación manifiesta", el comunicado de Presidencia señala que "esta visita es congruente con los principios de laicidad del Estado mexicano y responde a los lazos de amistad y de cooperación existentes entre México y el Estado Vaticano". Luego se dice que "la asistencia del jefe del Ejecutivo refrenda la profunda cercanía de millones de mexicanos con la figura de Juan Pablo II y la especial vinculación que cultivó entre nuestro pueblo durante su pontificado". Finalmente, Presidencia señala que este acto estará presidido por el papa Benedicto XVI en su carácter de jefe de Estado y sumo pontífice de la Iglesia católica apostólica romana, y asistirán jefes de Estado y de gobierno, así como representantes de varias naciones".
El comunicado es muy revelador de la perenne confusión del gobierno mexicano respecto a con quién están tratando. México y el Estado Vaticano no tienen cooperación alguna. Las relaciones que el Estado mexicano estableció en 1992 no fueron con el Estado Vaticano, sino con un ente llamado "santa sede", que tiene personalidad jurídica internacional. El truco es que la santa sede es, simultáneamente, cabeza de la Iglesia católica y del Estado Vaticano y eso genera muchísima ambigüedad al tratar con ella. De hecho, la propia curia romana, que es el gobierno de la santa sede para el conjunto de la Iglesia católica, empuja a esa ambigüedad cuando trata con jefes de Estado que son católicos o que presiden países con mayoría de católicos, buscando eliminar la diferencia entre creencias personales y función pública. Saben en el Vaticano que esa es la mejor manera de influir en las legislaciones y políticas de esos países e ignoran el principio de separación entre lo público y lo privado. Es por ello que el comunicado de Presidencia intencionalmente pretende enfatizar que el presidente Calderón asistirá como jefe de Estado para visitar a otro jefe de Estado, en una ceremonia a la que asistirán otros jefes de Estado o de gobierno.
Sin embargo, el sol no se puede tapar con un dedo. En realidad Felipe Calderón va al Vaticano, en tanto que presidente católico, a una ceremonia de beatificación que concierne básicamente a la feligresía católica. Si se trataba de cumplir, para eso está el embajador de México ante la santa sede. El asunto plantea varios problemas. Para empezar el del carácter de la participación del presidente. Aclaremos: no hay nada ilegal en esta visita. La Ley de asociaciones religiosas y culto público señala que las autoridades federales, estatales y municipales "no podrán asistir con carácter oficial a ningún acto religioso de culto público ni a actividad que tenga motivos o propósitos similares". Pero también agrega que "en los casos de prácticas diplomáticas, se limitarán al cumplimiento de la misión que tengan encomendada…". En otras palabras, el Presidente puede alegar (y por eso lo señala el comunicado) que recibió una invitación diplomática y con ese carácter asiste a la ceremonia.
El problema no es legal, sino político, en la medida en que el presidente está confundiendo sus creencias personales con su función pública. El espíritu de la ley es muy claro: hay que evitar confusiones y por eso los funcionarios no deben asistir a ceremonias religiosas. Luego se entiende que algunos, para efectos diplomáticos, tienen que hacerlo y por eso se les dispensa de la prohibición. Pero cuando el presidente está asistiendo a dicha ceremonia no por estar obligado a hacerlo, sino porque, como católico, quiere hacerlo, está irremediablemente confundiendo las esferas. No es Felipe Calderón acudiendo en su tiempo libre a la misa dominical. Es el Presidente de México, en cuanto tal, acudiendo por gusto y sin obligación acudiendo a una ceremonia de su iglesia. Y de allí se desprende otro problema, que sí tiene que ver con la laicidad del Estado mexicano. Se trata del principio de igualdad de todas las creencias y la no discriminación por esos motivos. Felipe Calderón, al actuar como presidente católico, aunque no quiera, o quizás a propósito, está enviando un mensaje a todos, incluyendo a los 20 millones de mexicanos y mexicanas que no son católicos. Y aunque él diga lo contrario, se filtra una desigualdad y una discriminación, de manera inevitable.
Me pregunto: ¿en qué estaba pensando el Presidente? ¿No tiene mejores cosas que hacer? ¿No se nos está despedazando el país? ¿No sería mejor que estuviera en San Fernando, Tamaulipas, atendiendo lo que dice preocuparle más? ¿O va acaso al Vaticano en busca de un milagro?
blancart@colmex.mx


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