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Qué bueno, decía la gente, que aquí en México no tengamos que ver ni soportar nada de esto, sin entender ni preocuparnos por las razones que habían llevado a esos países a vivir sus tragedias y frustraciones, pensando que nosotros estábamos a salvo de todo eso. El tiempo nos ha demostrado, sin embargo, que estábamos equivocados; todo ello hoy forma parte de nuestra realidad, no obstante que cada gobierno nos ha repetido durante los últimos 30 años que cada vez estamos mejor, gracias a sus logros, y más cerca de un verdadero estadio de progreso y bienestar.
Varias son las cosas distintivas de estos gobiernos conocidos como neoliberales, los cuales nos han llevado a las condiciones actuales, con su aceptación tácita de la idea del mercado como la mano invisible que indica la dirección a seguir, lo cual ha resultado un fiasco, como era de suponerse y como muchos expertos y estadistas lo han afirmado, actuando en consecuencia, aun en las naciones más capitalistas, como pueden ser Estados Unidos, Japón e Inglaterra.
No obstante que este fracaso es cada vez más evidente y universal, en México el modelo sigue teniendo fanáticos a ultranza, incluyendo a quienes conforman el actual equipo de gobierno, quienes se niegan a pensar que la economía y el país deben estar guiados de acuerdo con las necesidades nacionales y con objetivos claros de corto y largo plazos.
Si tuviéramos que escoger entre preparar mejor en matemáticas a nuestros estudiantes o crear más diversiones para que estén contentos, suponiendo que sus familias pudieran pagar ambas cosas, ¿qué nos diría el mercado y que nos diría la razón? Bueno, pues volteemos a ver qué estamos haciendo y qué hemos hecho en esto, y en todo, como nación.
Habiendo sido tradicionalmente un pueblo propenso a ser gobernado y sojuzgado por los intereses más retrógrados, ha habido unas cuantas ocasiones en que ha dado su respaldo a los hombres y las ideas vinculadas con posiciones nacionalistas, de progreso para las mayorías y de justicia social. Entre ellas podemos recordar la Reforma, en el siglo XIX, y la del gobierno de Lázaro Cárdenas, en el XX. En los últimos años se han dado dos momentos en que nuevamente el pueblo ha estado cerca de lograr el acceso al poder con personajes ajenos al sistema, quienes representaron la posibilidad de cambios de rumbo importantes: el primero, en 1988, cuando luego de la imposición del neoliberalismo monetario y los desastres naturales de 1985, el país vio en Cuauhtémoc Cárdenas la posibilidad de un cambio apoyado por la unión de todas las fuerzas de la izquierda, el cual fue detenido mediante un gran fraude electoral.
Ello no nos deja muchas esperanzas de mejora para México en el corto plazo. Por un lado, la derecha, con los grandes empresarios incluidos, sigue pensando en cómo continuar saqueando, apoyando a veces al PAN y a veces al PRI (como seguramente lo hará ahora), sin entender que el único camino posible para el país es hacer a un lado la especulación, con objeto de reactivar la economía para fortalecer la producción, crear los empleos que se requieren y mejorar el nivel de vida de las clases sociales llevadas a la exclusión, en lugar de seguir promoviendo nuevamente la imposición de un próximo gobierno que les asegure contratos y prebendas.
Por el otro lado, una izquierda dividida, sin voluntad de lograr consensos ni de sacrificar intereses personales o de grupo, y sin mayores objetivos que mantenerse en la mediocridad que les asegure seguir contando con subsidios públicos, complementa el triste escenario de la política nacional.
En algunas raras ocasiones, del caos imperante suelen surgir soluciones inesperadas, no como un milagro, sino como una respuesta natural del sistema político a sus carencias y desafíos; a analizar esta posibilidad dedicaré mi próximo artículo.