jueves, 6 de noviembre de 2008

CUANDO RICARDO ALEMAN ESCRIBE COMO PERIODISTA...

PUES HAY LEERLO, COMO AHORA EN SU OPINIÓN SOBRE LO DE MOURIÑO.
YO SIGO TENIENDO MIS DUDAS...ESTARÍAN AHÍ REALMENTE...?

Ricardo Alemán
Itinerario Político
06 de noviembre de 2008_______________________________________________________-




En busca del accidente perdido________________________________________________


Los narcotraficantes son capaces no sólo de matar polícias, sino de tirar aviones
Tanto especula el que señala atentado como el que se aferra a que fue un accidente______________________________________________________-




Con sensatez, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, reclamó “no hacer especulaciones si no hay datos precisos” sobre la tragedia que sacudió al gobierno federal.

Sí, sin datos puntuales y producto de una profunda investigación, no es posible aventurar conclusiones. Sin embargo, el propio Téllez —además de otros secretarios de Estado— parece que “ruegan a Dios” por confirmar un accidente, antes que dejar que las pesquisas den respuestas que den los especialistas forenses en accidentes de aviación.

Y es que si el gobierno federal apela a no especular en tanto no existan resultados científicos sobre la tragedia, los propios servidores públicos federales —sea la PGR, SSP, Sedena, SRE o SCT—, deben limitarse a especular sobre la inexistencia de un eventual atentado que pudo ser la causa de la tragedia. ¿Por qué?

Porque, en efecto, sin evidencias, sin el trabajo y los resultados de los científicos forenses de aviación, las probabilidades de que se haya tratado de un accidente son iguales a aquellas de que haya sido un atentado. Salvo pruebas contundentes —las que nadie tiene hasta ahora, y nadie tendrá sino en semanas o meses—, nadie puede asegurar que fue o no fue un accidente o que fue o no un atentado. Es decir, especulan tanto los que dicen que no hay indicios de atentado, como aquellos que aseguran que se pudo haber tratado de un atentado.

Vale recordar que según la ciencia forense especializada en tragedias aéreas, son miles las causas que provocan la caída de un avión. Y de entre esas causas las hay de lo más inverosímil y absurdo, hasta atentados terroristas y el estallido de un artefacto; el cansancio de materiales o una descompresión explosiva. Algunas de las grandes tragedias de la aviación mundial, por ejemplo, se han producido por bombas —artefactos colocados por grupos terroristas— o por simples errores como el de dejar pegado en sensores de temperatura un simple adherible, o por la falta de un tornillo.

Pero llegar a una conclusión como las anteriores lleva semanas o hasta meses de investigación, recopilación de evidencias, pruebas científicas, recopilación de evidencias y testimonios… En suma, de un trabajo monumental que hace imposible saber en dos o tres días, a botepronto, a simple vista, a partir de una sola evidencia, si es o no es un accidente, si es o no un atentado. Y pretender convencer a todo un país de uno u otro de los extremos, sin más argumentos que los políticos, resulta, por lo menos, irresponsable.

En sentido contrario —y les guste o no a los hombres del poder—, no se incurre en especulación alguna si se habla de “la guerra” que desató el gobierno de Calderón contra el crimen organizado y el narcotráfico, y sobre la posibilidad de que se pudo tratar de un atentado. Debemos entender —y no olvidar ni un solo minuto por lo menos durante esa guerra—, que los narcotraficantes son capaces no sólo de tirar aviones, colocar bombas en helicópteros, matar jueces, policías, secretarios de Estado; sea en México, sea en Colombia o en donde los gobiernos se atraviesan a los criminales.

Vicente Fox cometió el error de “echarle tierra” a la muerte de su secretario de Seguridad Pública, Martín Huerta, en un accidente de helicóptero —sin la debida investigación—, pero Felipe Calderón no puede caminar por la misma ruta. Hoy se sabe que existen evidencias de que Vicente Fox fue sometido por los grupos criminales —a los que habría dejado hacer a placer—, y que por esa razón se llegó a los niveles de fuerza de la criminalidad.

Sin embargo, existe una contradicción entre la postura asumida por el presidente Calderón y la orientación que quisieran dar algunos secretarios de Estado. En su primer mensaje, en el hangar presidencial, Calderón no aceptó la hipótesis de accidente, pero tampoco de atentado. Más aún, advierte que la tragedia no lo somete, sino que es motor que refuerza su lucha contra el crimen.

En todo caso queda claro que las posibilidades de un accidente son iguales a las de un atentado. Pero si la tragedia se mira a través de la guerra lanzada contra el crimen organizado y el narcotráfico, ante los golpes que ha dado el gobierno a los barones de las drogas, ante las amenazas de las llamadas narcomantas, ante la incautación de verdaderas fortunas en dinero y droga, nadie puede descartar la eventualidad de un atentado.

Calderón está obligado a una investigación profunda y moderna. Y si resulta que se trató de un atentado, deberá asumirlo como tal. Por lo pronto, haya sido o no un accidente, son abundantes los errores logísticos y de seguridad en torno de la tragedia. Una perla: permitir que viajaran en un mismo avión Mouriño y Vasconcelos.

GUANTÁNAMO

1. GUANTÁNAMO.
2. BARACK OBAMA: EL DIA DESPUES.
3. BALADA DE LOS DOS ABUELOS.




José Saramago

2008-11-05
http://www.cubadebate.cu/index.php?tpl=design/especiales.tpl.html&newsid_obj_id=13057







Cuando escribo estas líneas los colegios electorales todavía continuarán abiertos durante algunas horas más. Solo bien entrada la madrugada surgirán los primeros datos sobre el que será el próximo presidente de los Estados Unidos. En el caso altamente indeseable de que llegara a triunfar el general McCain, lo que estoy escribiendo parecerá obra de alguien cuyas ideas sobre el mundo en que vive pecan de total irrealidad, de un desconocimiento absoluto de los hilos con que se tejen los hechos políticos y los diversos objetivos estratégicos del planeta. Nunca el general McCain, siendo él, para colmo, como la propaganda no deja de considerar y un mísero paisano como yo nunca se atrevería a contradecir, un héroe de la guerra contra Vietnam, nunca osaría liquidar el campo de concentración y de tortura instalado en la base militar de Guantánamo y desmontar la propia base hasta el último tornillo, dejando el espacio que ocupa entregado a quien es su legítimo dueño, el pueblo cubano. Porque, se quiera o no se quiera, si es cierto que no siempre el hábito hace al monje, el uniforme, ése, hace siempre al general. ¿Derribar, desmontar? ¿Quién es el ingenuo que ha tenido semejante idea?

Y, pese a todo, es de eso precisamente de lo que se trata. Hace pocos minutos una cadena de radio portuguesa ha querido saber cuál sería la primera medida de gobierno que le propondría a Barack Obama en el supuesto de que sea él, como tantos andamos soñando desde hace un año y medio, el nuevo presidente de Estados Unidos. Fui rápido en la respuesta: desmontar la base militar de Guantánamo, mandar de vuelta a los marines, derribar esa vergüenza que ese campo de concentración (y de tortura, no lo olvidemos) representa, volver la página y pedir disculpas a Cuba. Y, de camino, acabar con el bloqueo, ese garrote con el que, inútilmente, se pretendió doblegar la voluntad del pueblo cubano. Puede suceder, y ojalá que así sea, que el resultado final de estas elecciones acabe invistiendo a la población norte-americana de una nueva dignidad y de un nuevo respeto por los demás, pero me permito recordarles a los falsos distraídos que, lecciones de la más autentica de las dignidades, de las que Washington podría haber aprendido, las ha estado dando cotidianamente el pueblo cubano en casi cincuenta años de patriótica resistencia.

¿Que no se puede hacer todo, así, de una sentada? Sí, tal vez no se pueda, pero, por favor, señor presidente, por lo menos haga algún gesto. Al contrario de lo que quizá le hayan dicho en los corredores del senado, esa isla es más que un dibujo en el mapa. Espero, señor presidente, que algún día quiera ir a Cuba para conocer a quien allí vive. Finalmente. Le prometo que nadie le hará daño.
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BARACK OBAMA: EL DIA DESPUES

Jorge Gómez Barata




Barack Obama limpió el piso con John McCain, esperanza y evidencia de la persistencia de la ultraderecha neoconservadora. Con su triunfo el flamante Presidente reivindicó a los de su raza. Una vez el benefactor fue Lincoln y la otra Kennedy, por primera vez la victoria no fue un premio a la mansedumbre. No es una victoria sobre los blancos, sino contra la reacción. La gloria es mucha y el precio también: nunca más Obama recibirá el beneficio de la duda.

El que hasta ayer fuera el único negro en el Senado norteamericano, el más exclusivo de los clubes políticos, dejó de ser el candidato preferido y la luz al final del túnel de una era nefasta para convertirse en el jefe del más grande los imperios y del país de cuya estabilidad económica depende el destino de parte de la humanidad.

Concluida la campaña electoral, sin posibilidades para más cabalas ni encuestas y cumplidas las formalidades protocolares, la atención se centra en la designación del equipo de transición, la ceremonia de toma de posesión y la selección del gabinete.

Si bien George Washington, el primer presidente advirtió del peligro que representaban las facciones políticas cuya prominencia conducía a que, en lugar de servir a la Nación, el gobierno representara un partido, no fue escuchado. Andrew Jackson, el séptimo mandatario introdujo la práctica, vigente hasta hoy de cubrir todos los cargos del gobierno con miembros del partido ganador. Obama no será la excepción, razón por la cual debemos esperar una administración esencialmente demócrata que, aunque no será negra, no excluirá a los de color.

Dado el estado de guerra que vive el país, el nuevo Presidente deberá esmerarse al escoger al Secretario de Defensa, obligatoriamente un civil que naturalmente puede ser un ex militar. Aunque no está obligado a hacerlo ni constituye una regla, de acuerdo a los resultados de la evaluación del desempeño, podrá remover al Presidente de la Junta de Jefes de Estados Mayores y al Comandante de las tropas en Irak.

En medio de una profunda crisis financiera y monetaria y ante la perspectiva de avanzar hacía la refundación del sistema monetario y de las finanzas mundiales, serán de vital importancia los nombramientos para los cargos de Secretario del Tesoro y Presidente de la Reserva Federal. En concordancia con su perfil, no es presumible que el Secretario de Estado sea un halcón. Es de esperar que para la función diplomática más importante, la de de embajador ante la ONU, nomine a un allegado suyo.

Uno de los cargos que pudieran indicar hasta qué punto la nueva administración avanzará hacía la recuperación de los valores y las prácticas del liberalismo político clásico es el de Fiscal General, cargo para el que George Washington nombró a John Jay, uno de los ideólogos de la Revolución Norteamericana, firmante de la Declaración de Independencia y presidente del Congreso Continental y desde entonces ha sido desempeñado por políticos más que por juristas.

El enfrentamiento al terrorismo, la necesidad de regular y controlar la actividad y el perfil de los órganos de inteligencia y contrainteligencia, supone una cuidadosa selección del Jefe del Departamento de Seguridad Interna.

Tradicionalmente, ante cada cambio de administración, la empresa privada, sobre todo las transnacionales se entusiasman por la enorme cantera de especialistas que quedan cesantes y salen al mercado de trabajo. Esta vez la alta gerencia mira para otro lado; es poco el material aprovechable que deja Bush.

Cuando el 30 de abril de 1789, después de un agotador viaje de alrededor de mil kilómetros, a lomos de caballo y por vía fluvial, en una canoa manejada por remeros todos de blanco, George Washington, el único Presidente norteamericano que no buscó el cargo y que resultó electo por unanimidad, llegó a Nueva York y desde un balcón del Federal Hall, en Wall Street, prestó juramento, uno de sus camaradas de lucha dijo: “Es el primero y todo cuando haga será precedente”. Desde otra distancia, de otra manera y con otros acentos, pudiera decirse lo mismo de Barack Obama.

Tal vez transcurran algún tiempo antes de que la ultraderecha norteamericana pueda “procesar el duelo” y familiarizarse con la idea de que, ha pasado la página y la suya fue una oportunidad perdida.

Para la izquierda mundial, en especial para los procesos avanzados en América Latina se abre un compás de espera a la expectativa del rumbo que tome la política hemisférica de la nueva administración norteamericana. El nombramiento del subsecretario para asuntos latinoamericanos nos dará una idea.

En cualquier caso, ojalá Obama justifique las esperanzas y contribuya a archivar la tesis históricamente cierta de que: “Nada hay más parecido a un republicano que un demócrata”.
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ME ALEGRA QUE GANE EL NEGRO

Jorge Gómez Barata



Según mi hija, a Madeleyn Payne, la abuela blanca de Barack Obama, nativa de Kansas, un lugar donde toda hora es buena para leer la Biblia, los hombres mandan y las mujeres obedecen, no debe haberle complacido ver a su niña casada con un africano ni fácil criar un nieto negro. Es distinto ─ dije yo─ verlo convertido en presidente.

Lo que anoche no pudimos dilucidar es cómo hubiera asumido Nicolás Guillen, el gran poeta antillano de la negritud a quien, a propósito de un chiste mal contado, le escuché decir: “Aunque no sea mejor ni tenga razón, me alegro que gane el negro. Han perdido demasiadas veces…”

Tal vez la anécdota de la abuela blanca que votó por el nieto negro sin sobrevivir a su victoria, lo hubiera conmovido tanto como cuando escribió la Balada de los dos Abuelos.



BALADA DE LOS DOS ABUELOS

Nicolás Guillén

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.

Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco!

Africa de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios...!
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!

¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Don Federico me grita
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.

--¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran, cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!
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