martes, 19 de agosto de 2008

LA COMBINACIÓN PERFECTA

Jorge Gómez Barata

Las grandes revoluciones sociales se cuentan con los dedos de una mano: Trece Colonias de Norteamérica en 1776, Francia 1789, México 1910, Rusia 1917 y Cuba 1959. No hubo ninguna en la antigüedad y tampoco en la era esclavista. Esos sucesos políticos extremos no ocurren con mayor frecuencia y en cada país porque no son necesarios.

La Revolución en Norteamérica que mezcló la lucha de liberación nacional con la fundación de un sistema político basado en la república, el estado de derecho y el más liberal de los regímenes económicos conocidos, irradió su influencia sobre Hispanoamérica y estimuló las luchas de independencia y les ofreció la república como modelo de gobierno.

La Revolución Francesa abrió una época nueva para Europa; la de México fue mediatizada por la oligarquía nativa y la cercanía con los Estados Unidos y la rusa abortó por la muerte de Lenin, el exterminio de su liderazgo histórico, el encumbramiento de Stalin y por errores en el diseño de la sociedad y de un sistema político que anuló la democracia, no toleró la crítica ni permitió la rectificación.

Hostigada por los Estados Unidos, aislada de su entorno natural por la complicidad de los gobiernos oligárquicos que la excluyeron del sistema interamericano, se sumaron al bloqueo y fueron cómplices en la invasión de bahía de Cochinos, la Revolución Cubana, que sobrevivió a la desaparición de la Unión Soviética, ha mantenido su vigencia para, 50 años después, formar parte de la coyuntura histórica más revolucionaria en Latinoamérica desde las luchas por la independencia.

Aunque asistida por los procesos revolucionarios, en el devenir histórico predomina la evolución que no significa inmovilismo ni espontaneidad; no es un proceso rectilíneo, plácido, sereno ni exento de grandes cambios y ajustes, sino activo y plagado de acontecimientos políticos a través de los cuales se abren paso las tendencias generales hacía el progreso.

El método para comprender la dialéctica rectora de esos procesos en los que se combinan factores objetivos y subjetivos, regularidades que actúan con fuerza de ley, sucesos casuales, aportes personales de líderes fuera de serie e incluso arbitrariedades de dictadores, fascistas e imperialistas, es el verdadero aporte de los sabios que en el siglo XIX dieron a la economía política, la historia y la politología una base científica.

Los elementos ilustrados que formaron las vanguardias políticas y culturales latinoamericanas de todas las épocas, bebieron de las fuentes más diversas y plurales. Tratadistas y teóricos de todos los credos y de todas las escuelas constituyeron referentes que iluminaron su comprensión de la realidad y contribuyeron a la formación de su pensamiento. El sectarismo y el dogmatismo son deformaciones introducidas a la fuerza en ambientes plurales y democráticos por naturaleza.

La América Latina de hoy no vive un momento de “paz social” ni de modorra, aunque tampoco de violentas rupturas sociales, extremismos ni de radicalismo. El momento es de mutaciones y de grandes ajustes políticos, sociales y económicos. Se trata de una fase de la evolución política y cultural del continente, sostenida por un liderazgo excepcional, que no es una antitesis de la revolución, sino la forma en que aquí y ahora ella se manifiesta, ajustando formas, ritmos y contenidos a necesidades y posibilidades concretas.
El debate acerca de si la democracia parlamentaria es burguesa o no, carece de sentido y la idea de que el pensamiento liberal debe ser combatido en beneficio de otras opciones está superada y, tal vez llegue el día que sean los oligarcas y los imperialistas quienes renieguen de la democracia que es ahora un recurso revolucionario, un instrumento para elaborar consensos y una herramienta para el cambio.
Desde los años sesenta, los Estados Unidos, Europa, sus ideólogos, sus organizaciones de derechos humanos, su prensa y sus tanques pensantes, reclamaban un socialismo con rostro humano y exigían un ambiente político primaveral y abogaban por revoluciones pacíficas, como de terciopelo. ¡Ahí las tienen!
En Venezuela, Bolivia y Ecuador, no hay fusilados, detenidos ni exiliados, la oposición y la prensa opositora se mantienen activas, no hay nacionalizaciones ni expropiaciones y los presidentes rinden cuentan, incluso someten sus cargos y sus decisiones a referéndum popular, la OEA es convocada y consultada y ningún embajador americano ha sido expulsado.
No se trata ahora de que las revoluciones sean democráticas, sino que la democracia es revolucionaria. Democracia, socialismo y revolución, forman la combinación perfecta.

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