domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Te acuerdas?

Rafael Pérez Gay
El Metro
06 de septiembre de 2009

He vuelto a la hemeroteca para revisar periódicos viejos. Buscaba en algunas noticias el perfil de una época y he terminado en otra distinta. Así pasa con las máquinas del tiempo, los diarios amarillos son el mejor transporte, pero no son seguros, te llevan a donde les da la gana. Me siento cómodo hojeando el papel que podría deshacerse entre los dedos. Me pica la nariz, no vaya a pescar una micosis.
Tengo frente a mí la fotografía de Gustavo Díaz Ordaz, Alfonso Corona del Rosal, Bernardo Quintana y Agustín Yáñez en el interior de uno de los flamantes vagones color naranja del primer transporte subterráneo de México. El Presidente, el regente de la ciudad, el ingeniero de la construcción y el escritor no parecen ir a ninguna parte. Su único destino es la lente de las cámaras de los fotógrafos que capturan sus sonrisas. No saben, no pueden saber, pues desconocen el futuro, que han fundado una nueva, enloquecida sucursal del infierno. 5 de septiembre de 1969. Primera plana: "El Metro en servicio. Fue entregado por el Presidente al pueblo de México. La obra más extraordinaria de cuantas se hayan emprendido en este gobierno". Me asombra la sumisión de estas páginas a las que caracterizaba el elogio ciego a cambio de los favores presidenciales, pero no estamos hablando de la prensa sino del Metro.
Dos años atrás, Corona del Rosal dio la orden para que el primer taladro neumático perforara el asfalto en la calle de Bucareli y empezaran las obras del Metro. Había terminado la era de Ernesto P. Uruchurtu, el Regente de Hierro que iluminó la ciudad de México y combatió con esmerada y sospechosa obsesión la vida nocturna de la capital. Luchó a muerte contra la oscuridad y lo que en ella ocurre siempre. La especulación inmobiliaria trazó el destino de la ciudad: hacia el norte los terrenos eran más baratos, en ese límite fincó su fuerza de producción un parque de fábricas y nacieron las colonias Vallejo, Industrial, Lindavista. Hacia el sur aparecieron las nuevas zonas residenciales en aquellos lugares que desde el siglo XIX fueron centros para el descanso veraniego. Como una promesa de prosperidad se poblaron las colonias Coyoacán, Nápoles, San Ángel.
Tres días antes de la inauguración del Sistema de Transporte Colectivo, Díaz Ordaz rindió el quinto informe de su gobierno. Primera plana: "Unamos voluntades". Páginas y páginas de inserciones pagadas felicitando al Presidente, apoyando su mandato firme. Una vergüenza. Por cierto, en el cine Tlatelolco se exhibía El Graduado, 12 semanas de éxito en las que Dustin Hofmann miraba subyugado, después de la tempestuosa cama, a la señora Robinson, desde luego Anne Bancroft. Me volvía loco la idea de la mujer mayor seduciendo a un joven. Calculo que esa señora tenía la edad que he alcanzado. Me volví loco, pero no pude ver la película, no me permitían la entrada. La vi años después en el cine Lido. En cambio, sí fui y entré a la Plaza de Insurgentes en la confluencia de Oaxaca, Chapultepec e Insurgentes. Una ciudad con vida subterránea, un transporte veloz que derrotaba al tiempo, una plaza comercial en donde la vida efervescente agitaba el futuro.
En esos días, en el Teatro Blanquita bailaba Tongolele y Kippy Casados compartía créditos con Beto El Boticario. En el teatro Cuauhtémoc, el profesor Alba asombraba al mundo con grandes actos de hipnotismo. El Cinema Insurgentes, arriba de la plaza del Metro, abrió sus puertas el 11 de septiembre exhibiendo una película de guerra: La batalla por Anzio. Mi madre y yo fuimos a ese cine y nos sentamos en las butacas, con nuestras palomitas, a ver El planeta de los simios. La verdad es que forcé a mi mamá, que no tenía el menor interés en ver esa película, pero las madres hacen muchas cosas por sus hijos. Esa tarde caminamos por la plaza y nos sentamos a tomar café en una terraza. Al fondo se oía la voz de Johnny Dinamo y los Rockin Devils. Los vestidos Catalina se habían adueñado del mercado, el político Carlos Madrazo y el tenista Rafael Osuna habían muerto dos meses antes en un accidente aéreo. No sabíamos, puesto que no conocíamos el futuro, que el cine terminaría en escombros y la plaza convertida en un basurero. Así pasa con los sueños urbanos.
En el Centro, una ciudad ancestral mandaba mensajes al futuro. Durante las excavaciones para la construcción del Metro fueron encontradas 70 toneladas de piezas arqueológicas. La voz de Tenochtitlan le recordaba al porvenir que también ella, un día, tuvo un auge extraordinario.
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/45506.html

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