Porfirio Muñoz Ledo
Bitácora Republicana
12 de septiembre de 2008
El oscurantismo obedece reglas inmutables. Opuesto en el origen a que
se difundiese el conocimiento entre la gente, proscribe el debate de
las ideas, sataniza al adversario y sostiene sobre la ignorancia el
edificio jerárquico. Reacciona frente a lo desconocido con
lapidaciones verbales y suele conjurar sus fantasmas por la
liquidación física.
En el aniversario del 2 de octubre, convendría revisar los coléricos
denuestos que el poder sembró entonces para configurar la
"desestabilización del régimen". Los macartistas de hoy podrían
inspirar también sus voraces plumas en la verba sagrada de la
inquisición, cuyos crímenes mayores están llegando a su bicentenario.
Podrían revisar la mampara de la exposición conmemorativa que recoge
algunos calificativos endilgados a Miguel Hidalgo: "monstruo
fabuloso", "insigne facineroso", "príncipe de los malditos",
"frenético delirante", "desnaturalizado", "ministro de Satanás",
"sedicioso diabólico", "hereje formal", "ex sacerdote, ex cristiano,
ex americano y ex hombre".
Las expresiones son dignas de la imaginería medieval: "capataz de
salteadores y asesinos", "injerto de animales dañinos", "libertino de
ciencia pagana", "perverso de soberbia luciferina", "blasfemo engañado
por el espíritu maligno", "caribe idólatra que con sangre humana se
saborea". Seguidas de este catálogo de congéneres: "escolástico
sombrío, émulo de Voltaire", "anticristo, semejante a Luzbel, Adán,
Mahoma y Napoleón". A pesar de los libros de texto, es difícil la
emulación de los héroes y algunos la juzgarían arrogante. También es
arduo igualarlos en el calvario de la difamación. Así lo asumí cuando
el gobierno me recetó enconadas injurias a finales de los 80 por la
enorme "traición" de haber promovido el fin del sistema de partido
hegemónico y la instauración del pluralismo político.
Me rociaron ferozmente cuando desafié -mediante simple interpelación-
la sagrada investidura presidencial y en ocasión de haber formado la
primera mayoría de oposición en la Cámara. Soeces fueron las ofensas
que me enderezaron antiguos compañeros al calor de mi renuncia al PRD,
motivada por las mismas desviaciones que sus enterradores exhiben hoy
en plenitud. Las diatribas de estos días suman y multiplican las
anteriores. Despliegan una colección antológica y acumulativa, atizada
por el ánimo vesánico de la derecha y la vulgaridad de un poder sin
escrúpulos en el uso de la libertad de expresión. No alcanzarían las
barandillas -judiciales o electrónicas- para ejercer el derecho de
réplica y denunciar la calumnia.
Pongo a disposición de los lectores las infamias. Baste evocar
algunas: "lenguaje sedicioso", "peligroso y golpista", "conspirador
revolucionario", "agorero del desastre", "talibán amarillo",
"derrocador con odio, rencor y resentimiento", "restaurador del PRI
autoritario", "pieza del tablero insurreccional", "fascistoide",
"pirómano", "salinista", "tarabilla protofascista", "perdonavidas",
"convenenciero", "oportunista", "farsante" y "mancuerna infernal de
AMLO". Las referencias personales son abundantes: "decadente, burdo y
en decrepitud política", "alucinación etílica", "locuaz", "pasado de
moda", "fanfarrón, daltónico, estorboso, rajón", "saltimbanqui",
"camaleónico, veleidoso y megalómano", "patriota de pacotilla", "sin
decoro político", "mercenario", "advenedizo, servil y desleal",
"títere", "temerario", "cómplice del narcotráfico". Y para rematar:
"prematura senilidad", "oráculo de la revocación y avejentado
Catilina".
En palabras del ideólogo Krauze: "Se cree profeta: llega al ocaso de
su vida prendiendo fuego al edificio institucional que él mismo
contribuyó a crear". Y del sicario Hiriart: "Busca enturbiar el
ambiente para entrar al poder por la puerta de atrás"; "que el país
caiga en una espiral de ingobernabilidad y violencia para quedarse con
los despojos de la nación". Decía André Gide que no ofende el que
quiere, sino el que puede. No han ido más lejos porque, pese a la
"conspiración" que denuncian, no han encontrado evidencias de
insurrección ni vínculos con la banda de La Flor. Preparan el terreno
de la represión, último recurso para la entrega del petróleo al margen
del orden constitucional.
Surgen a su pesar voces sensatas y opiniones calificadas que convocan
a la reforma de las instituciones y a la reconstrucción del consenso
nacional. Renace penosamente la esperanza social de cambio. Es nuestro
deber alentarla hasta el último día. Diremos con el sabio: y sin
embargo, se cae.
"When one person suffers from a delusion it is called insanity. When
many people suffer from a delusion it is called religion." R. Pirsig
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